Saludos lectores, regreso tras un periodo de parón debido a distintas responsabilidades que me han mantenido ocupado y que posiblemente volverán a retenerme en un futro próximo. Pero centrémonos en el presente. Esta vez mi interés ha dejado de lado las injusticias que nos rodean, los atropellos sociales que vemos día a día y la subnormalidad humana. De hecho, este texto está dedicado justo a lo contrario, a la virtud, en este caso representada en un hombre sencillo, respetuoso y talentoso. Doy paso pues al mesías del folclore musical, y no, no es Bob Dylan.
El viernes la ciudad de
Madrid tuvo el placer de acoger en el Palacio de los Deportes a una de las
figuras más emblemáticas del folk y del rock. El famoso cantautor Leonard Cohen
visitó una vez más nuestras tierras para deleitarnos durante cuatro horas con
su amplio repertorio. El concierto, que se dividió en dos partes, permitió al
compositor presentar su nuevo disco “Old Ideas” así como recuperar todos sus
grandes clásicos.
La puesta en escena del
directo fue sobria y efectiva, basada en un simple telón teatral, el cual
cambiaba de color según el matiz de cada canción. El cantante judío apareció
ataviado con su impecable traje y su inseparable sombrero reafirmando esa
elegancia que tanto le caracteriza. Cohen se acompañó de la misma familia que
siempre lleva en sus viajes, su coro de ángeles formado por la vocalista Sharon
Robinson y por las hermanas Webb, que completaron con sus dulces voces la
gravedad y profundidad del maestro. Entre los miembros del grupo, encontramos
también a un compatriota, el guitarrista español Javier Mas, pieza clave en la
música tradicional de Cohen, que recurre frecuentemente en su obra a
instrumentos populares como la bandurria, la guitarra española o el laúd.
Leonard Cohen abrió el
show con su habitual “Dance me to the end of love”, canción que fue
coreografiada por dos bailarines mientras el canadiense iba entrando en calor.
En esta primera parte el cantautor no consiguió hacerse del todo con el
público, a pesar de interpretar temas memorables como “Everybody Knows”
(magnífica la potente percusión añadida, un arreglo considerable que se debe
destacar) o “In my secret life”.
Fue en la segunda mitad
cuando Cohen llegó a tocar a la gente. En esta parte se mostraron más
sentimientos y hubo mayor complicidad con los fans, quienes decidieron volcarse
cantando y aplaudiendo en canciones como “Halleluja”, “Take this Waltz” o “So
long Marianne”. Un aura religiosa cargada de intimidad gobernó sobre estos
himnos que llenaron de satisfacción a todos los presentes. Sin embargo, también
hubo espacio para momentos animados presididos por ritmos militares y
reminiscencias sureñas con “The partisan” y “Democracy”. El recital, que
parecía terminar con la despedida de Leonard en “Closing time”, se prolongó bis
tras bis para acabar concluyendo con una digna versión de “Save the last dance
for me” conmovedora balada de los Drifters.
Ya quedan pocos halagos
para este Matusalén musical de 78 años que tanto ha conquistado. Leonard Cohen
es un ejemplo como artista, una influencia obligatoria, un referente en la
poesía moderna, un hombre educado, un transmisor de la cultura, en definitiva,
un señor con todas las de la ley.
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