viernes, 25 de mayo de 2012

Venganza y Justicia Divina


 Hacía tiempo que quería hacer un acercamiento literario sobre la obra de Alexandre Dumas, de una novela en concreto. La programación de TVE de la semana pasada me recordó este proyecto, gracias a la emisión de la miniserie " El conde de Montecristo" de 1998, protagonizada por el repugnante seboso y narigudo de Gérard Depardieu, reconocido actor tiempo atrás. Esta adaptación no es mala, goza de un reparto aceptable que cumple con su función, representando sin demasiada intensidad ni sosería los muchos personajes de los que consta el libro.
 

El punto fuerte de esta producción está sin duda en su extensión, ya que los 400 minutos que visualizamos en sus 4 capítulos nos permiten seguir la mayoría de las tramas, tanto las principales como las secundarias del conde, privilegio del que no disponemos en otras versiones por culpa de lo extenso de la obra. Sin embargo, este acierto es también su debilidad, pues al querer mostrar todo el contenido, nos encontramos momentos soporíferos, insustanciales y en general prescindibles, propios de una telenovela.

Pero como ya dije, mi interés de este post es literario, así que voy a ir dejando los proyectos audiovisuales a un lado (ya los trataré en mi otro blog si tengo tiempo) y me voy a centrar en realizar un análisis del texto de Dumas. El conde de Montecristo nos narra una historia clásica de venganza, de hecho, es la historia de venganza clásica por antonomasia (sin contar con las tragedias griegas) mejor recordada de toda la literatura de estos últimos siglos. El autor hace una profunda inmersión en la obsesión de un hombre, en una necesidad que le corroe por dentro, que se ha convertido en el núcleo de su vida, en su razón de ser.

El sentimiento de injusticia es uno de los más viscerales que surge en un hombre, como decía Thomas Carlyle "Es el sentimiento de injusticia lo que resulta insoportable para todos los hombres. Ningún hombre puede ni debe soportarlo". Esta aversión común ante la injusticia es la que nos hace compartir el plan de Edmundo Dantés. Sin embargo, no sólo la venganza se apoderará del protagonista, también la duda hará su acto de presencia. Estos dos elementos serán los que conformen la lucha interna de Dantés, quien en ocasiones no sabrá muy bien qué camino elegir, el del perdón y la comodidad o el de la venganza implacable y el riesgo a ser descubierto.

 

El abad Faria, personaje secundario, breve pero intenso e imprescindible hará de tutor y será lo más cercano a un amigo que tendrá el héroe de la historia, pues el conde de Montecristo no dispone de amigos, sólo de sirvientes, ya no hay tiempo que dedicar a la amistad o al ocio. El abad enseñará a su compañero a analizar, a razonar fríamente y a combatir de forma veloz, también desvelará ciertos secretos que más adelante serán de mucho provecho en la narración.

La evolución de Edmundo Dantés desde el principio hasta el final del libro es un buen estudio antropológico de la voluntad humana y del deseo. Así, el libro comienza con un marino ingenuo y bondadoso que se ve envuelto en una traición cometida por dos amigos, los cuales le someterán a un largo encierro en el castillo de If. El tiempo y la experiencia producirán una transformación en el protagonista, el cual pasará por una auténtica metamorfosis, para salir convertido en un hombre frío, culto, calculador e infatigable conocido como el conde de Montecristo.

Además del cambio humano vivido por el protagonista, es interesante resaltar el cambio social y económico que llevan a un preso desesperado a ser un conde millonario y poderoso. Este giro de la fortuna brindará a Edmundo la oportunidad de disponer de todos los medios posibles para llevar a cabo su maquiavélica venganza. Pero esta empresa no será fácil, el camino será largo y estará lleno de obstáculos, la soberbia irá corrompiendo al conde poco a poco, quien actuará como un dios justiciero. Al final se descubrirá que ningún mortal puede fijar el destino de sus semejantes sin sufrir alguna pérdida a cambio.

Recomiendo esta novela a cualquier persona que se considere un romántico y que busque aventuras en la Europa bonapartista del siglo XIX. Que no os echen atrás la cantidad de páginas que contiene la novela, no hay necesidad de acabarla rápido, porque amigos, como ya bien sabéis, la venganza es un plato que se sirve frío.

sábado, 5 de mayo de 2012

Parlamentarismo y nazismo



Lo visto en la película documental El triunfo de la voluntad de Leni Riefenstahl muestra un ejemplo claro de producción propagandística que intenta ensalzar los valores de la nación alemana. En la cinta se tiene como objetivo expresar el poder del Estado Alemán y el amor de su pueblo hacia él. Para ello se recurre a las movilizaciones masivas de ciudadanos y soldados además de incluir los mítines políticos, elaborados con una gran preparación y ceremonia.

Hay un claro concepto de orden y liderazgo que la película intenta transmitir, presentando el régimen nazi como la forma de gobierno perfecta, que nunca falla, como el engranaje de un reloj. Esto es posible cuando se tiene a una masa perfectamente dirigida y controlada, en este caso por un ideal fanático y un exaltamiento folclórico. Hay un absoluto control del partido, quien está al mando de todos los poderes, no hay ningún reparto porque a diferencia del Estado liberal, lo que esta forma de gobierno pretende no es limitar al Estado, sino todo lo contrario.

 Como muchos de nosotros hemos aprendido en clase, el Estado liberal surgió tras una época de despotismo que desgastó la política hasta límites insospechados, provocando descontentos sociales que acabaron en revoluciones violentas. El liberalismo ha luchado siempre por la igualdad, por una representación completa que defendía los derechos de todos los ciudadanos. Con Hitler podemos observar justamente un retroceso a ese tiempo despótico que gobernaba en el Antiguo Régimen, sólo que esta vez está amparado bajo la institución de un partido político (hay también cierto paralelismo con el imperialismo napoleónico).


El parlamentarismo promueve la democracia basándose en la discusión y en un carácter público y abierto. Estas bazas justifican un sistema justo capaz de conseguir una selección de políticos de éxito. Sin embargo, en el caso de la elección democrática de Hitler, puede comprobarse como este sistema no es perfecto en absoluto y no garantiza a unos líderes competentes.

Hoy en día, a pesar de haber transcurrido un tiempo, tampoco gozamos de un parlamentarismo perfecto. De hecho, el carácter público y abierto se ha convertido en un mero adorno artificial, carente de sentido, pues los diputados mantienen estrechos vínculos con sus partidos a la hora de manifestar su opinión. Volvemos de nuevo al control partidista, a la lealtad y al sectarismo autoritario del partido y de sus líderes, quienes también utilizan propaganda y campañas de difamación a través de los medios de comunicación. 

Teniendo en cuenta todos los factores que he analizado, no vendría mal mantener una actitud más abierta a otros tipos de sistemas políticos o formas de gobierno. Elegimos lo que creemos que es menos malo sin ni siquiera contemplar otras opciones, la estabilidad en la que vivimos no es tan firme como la gente cree y en nuestras vidas cada vez vamos cediendo más y más nuestra libertad a favor de unos simples políticos egoístas.